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Delincuentes persistentes: aquellos cuya génesis criminal se explicaría desde las disfunciones neuropsicológica y neuronales, que influyeron decisivamente en el temperamento del sujeto, en sus habilidades cognitivas, creando ámbitos proclives a la delincuencia, sujetos cuyo comienzo en la actividad delictiva es mucho más temprano y sus patrones delictivos gozan de una continuidad que les convierte muy resistentes al cambio.

Este modelo de la criminología del desarrollo se relaciona con la “Teoría General del Crimen” de Gottfredson y Hirschi (1990) que pone su acento en la falta de autocontrol, no demora de la gratificación, impulsividad en la toma de decisiones, escasa tolerancia a la frustración y falta de empatía en sus relaciones interpersonales. Explicaría en gran medida la delincuencia independientemente del continuo temporal en que se sitúen nuestros jóvenes.

Dentro de estas teorías también se incluirían las aportaciones de Farrington, como se explicó anteriormente, y que como advierte este autor para explicar este proceso, nos indica que en la fase de iniciación, predominan en el joven las siguientes características: impulsividad, grandes deseos de poder, de prestigio social y de realizar actividades estimulantes, todo ello unido a las escasas posibilidades de alcanzar tales metas por medios legales, a la aprobación de su comportamiento ilícito por su grupo de iguales, todo ello unido a un riesgo limitado de enfrentarse a respuestas legales menos rigurosas acorde con la legislación de responsabilidad penal juvenil.

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