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11 de marzo

La fe que transforma

«Pero Dios mismo los ha unido a ustedes con Cristo Jesús, y ha hecho también que Cristo sea nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra liberación». 1 Corintios 1: 30

Ayer meditamos en cómo Dios nos declara justos y el efecto que esto produce en nuestra vida. Hoy consideraremos la segunda parte de esta cita: «La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida. La primera es nuestro derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el cielo» (Mensajes para los jóvenes, p. 32).

«Justicia impartida». La justicia impartida es el regalo que Dios nos da cada día para prepararnos para ir al cielo. Es la acción diaria y santificadora del Espíritu Santo que procura reproducir en nosotros el carácter de Cristo. Este es un proceso paulatino e interno de crecimiento cristiano. De hecho, toma toda la vida, siempre en constante crecimiento. Esto me recuerda un relato.

La familia estaba lista para dormirse, la empleada doméstica fue a asegurar las puertas, abrió para echar un vistazo y repentinamente le colocaron un revolver en la frente, le ordenaron silencio, la amordazaron y entraron. Comenzaron a llenar varias bolsas con los objetos valiosos de la casa. El jefe subió al segundo piso para buscar dinero, pero le esperaba una sorpresa. Allí estaba la abuela de la familia, arrodillada. Él le colocó el revólver en la cabeza y la hizo poner de pie.

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