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Así, en búsqueda de mi estructura de coherencia me parece que, dado que me incorporé en un sistema familiar en donde conviví con hechos de pérdidas, abandono, violencia, falta de cuidado, silencios emocionales, vulneraciones sexuales y falta de cuidados por las personas que debían haberme protegido, es que, en mi proceso de constitución de persona, proceso de individualización y con el objetivo de buscar seguridad y resguardo, aprendí a caminar de la mano de distintas luces y sombras.
Entre ellas aprendí a: encerrarme en mí, a no expresar mis emociones, a vivir en el miedo e inseguridad, a cuidar celosamente lo que creía mío, a callar lo que sentía, a no usar mi palabra para comprender y ser comprendida, como centro de la confianza (Sánchez, 2018), a arrancar del dolor, a sentirme víctima del desamor, a sentirme huérfana en mi soledad, desconectada de mí y de mí cuerpo, a buscar fuera de mí la seguridad, a abandonar y abandonarme, a ser arrogante buscando incansablemente que me vieran, que me valoraran y que me quisieran “como un intento por hallar comprensión y reconocimiento como individuo único y singular por parte de los demás mediante la compasión ajena” tal como menciona Maximiliano Hernández (Hernández, 2018), haciendo de esta búsqueda el sentido de mi vida.