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Me junté con Sandra y Hugo en la sala de reuniones del laboratorio y se los planteé: “Felipe está en remisión y su hermana es compatible. En Estados Unidos le harían un trasplante de médula ósea. Esto nunca se ha hecho en Chile en un niño. Tenemos lo que necesitamos para ello, pero Felipe tendrá que ser el primero”. Hugo no dudó un segundo: “Hagámoslo”, me respondió.

Empecé a buscar el apoyo que iba a necesitar y me contacté con el doctor Humberto del Favero, hematólogo del Hospital Militar, pionero del trasplante de médula en Chile. Él había realizado su especialización en la Universidad Católica y después había hecho un tiempo de práctica en la unidad de trasplante de un hospital de Estados Unidos. A su vuelta, en 1985, realizó los primeros trasplantes en pacientes adultos en Chile. Tito, como le llamamos, se alegró mucho por lo que íbamos a hacer y nos dio su completo apoyo. Todo estaba preparado para empezar.

El trasplante es un procedimiento médico que se realiza administrando a un paciente con leucemia una dosis muy alta de quimioterapia con o sin radiación a todo su cuerpo, con el fin de erradicar la enfermedad y permitir que el injerto funcione. Inmediatamente después se le inyecta por vía venosa una transfusión de células madre de la sangre de un donante compatible. Estas células son abundantes en la médula ósea (de ahí el término con el que se conoce el trasplante), en la sangre de los recién nacidos, extraída a través del cordón umbilical, y en la sangre de un individuo al que se le administra un medicamento que las moviliza desde la médula y son recolectadas mediante un procedimiento llamado aféresis. Por efecto de la radioterapia y quimioterapia la médula sana del paciente queda inutilizada y es necesario que las células nuevas se injerten para reconstituir todas las funciones de la sangre y el sistema inmune del paciente. Este proceso, entre que la médula antigua desparece y la nueva comienza a surgir, se llama aplasia y es uno de los momentos más críticos del procedimiento. Si las células del donante no injertan en el paciente y no recupera la función de su propia sangre, morirá en un tiempo corto de una infección o una hemorragia. En ese momento el niño debe permanecer hospitalizado, aislado, recibiendo más transfusiones y antibióticos hasta que aparezcan las células nuevas. Si injerta, que es lo que ocurre en la inmensa mayoría de las veces, la sangre del donante corre por las venas del paciente y lo hará de por vida.

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