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—Nunca tengo hambre, y es una suerte que así sea, pues mi boca es sólo una raya pintada —expresó—. Si abriera en ella un agujero para poder comer, se me saldría la paja de que estoy relleno y eso arruinaría la forma de mi cabeza.
Comprendiendo lo acertado de tal razonamiento, la niña asintió y siguió comiendo su pan.
—Cuéntame algo de ti misma y del país del que vienes —pidió el Espantapájaros cuando ella hubo finalizado su comida.
Dorothy le habló entonces de Kansas, de lo gris que era todo allí, y de cómo el ciclón la había llevado hasta ese extraño País de Oz.
—No comprendo por qué deseas irte de este hermoso país y volver a ese lugar tan seco y gris al que llamas Kansas —dijo él después de haberla escuchado con gran atención.
—No lo comprendes porque no tienes sesos —repuso ella—. Por más triste y gris que sea nuestro hogar, la gente de carne y hueso prefiere vivir en él y no en otro sitio, aunque ese otro sitio sea muy hermoso. No hay nada como el hogar.
—Claro que no puedo comprenderlo —suspiró el Espantapájaros—. Si las personas tuvieran la cabeza rellena de paja, como lo está la mía, probablemente vivirían todas en lugares hermosos y entonces no habría nadie en Kansas. Es una suerte para Kansas que tengan ustedes cerebro.