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—Unas fieras monstruosas con cuerpos de osos y cabezas de tigres —contestó el León—. Sus garras son tan largas y filosas que podrían abrirme en dos con tanta facilidad como podría yo matar a Toto. Les tengo un miedo terrible a los Kalidahs.

—Y no me extraña —dijo Dorothy—. Deben ser bestias horribles.

El León estaba por contestar cuando llegaron a otro barranco, pero éste era tan ancho y profundo que el felino comprendió al instante que no podría salvarlo de un salto.

Se sentaron entonces a pensar en lo que podrían hacer, y luego de mucho meditar dijo el Espantapájaros:

—Allí hay un árbol muy alto que crece a un costado del abismo. Si el Leñador puede cortarlo de manera que su parte superior caiga del otro lado, podría servirnos de puente.

—¡Espléndida idea! —aprobó el León—. Casi sospecharía que tienes sesos en la cabeza en lugar de paja.

El Leñador puso manos a la obra sin perder tiempo, y tan filosa era su hacha que no tardó en cortar casi todo el tronco. El León apoyó entonces sus fuertes garras contra el árbol y empujó con gran energía, logrando inclinar poco a poco al gigante del bosque y hacerlo caer ruidosamente hacia el otro lado del barranco, donde quedó apoyada su copa.

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