Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—Estamos perdidos —dijo el León a Dorothy—. Seguro que nos harán pedazos con esas garras que tienen. Pero quédate detrás de mí y te defenderé de ellas mientras me dure la vida.

—¡Espera un momento! —intervino el Espantapájaros.

El hombre de paja había estado pensando qué convendría hacer, y ahora pidió al Leñador que cortara la parte del árbol que reposaba sobre ese lado del barranco. El Leñador empezó a usar su hacha sin demora y, cuando los dos Kalidahs estaban a punto de llegar a ellos, el árbol cayó estrepitosamente al fondo, llevándose consigo a las dos rugientes fieras, las que se hicieron pedazos al dar contra las filosas rocas de abajo.

—Bueno —suspiró aliviado el León Cobarde—. Veo que vamos a vivir un poco más, y me alegro de ello, porque debe ser muy incómodo eso de no estar vivo. Esos animales me asustaron tanto que todavía me salta el corazón en el pecho.

—¡Ah! —exclamó apenado el Leñador—. ¡Ojalá tuviera yo un corazón que me saltara en el pecho!

Esta última aventura hizo que los viajeros se sintieran más ansiosos que antes por salir del bosque, y marcharon con tanta rapidez que Dorothy se cansó y tuvo que cabalgar sobre el lomo del León. Para gran alegría de todos, los árboles se fueron tornando cada vez más escasos a medida que avanzaban, y en la tarde llegaron de pronto a la orilla de un ancho río de corriente muy rápida. Del otro lado del agua pudieron ver el camino amarillo que se extendía por una hermosa región de verdes praderas salpicadas de flores y llenas de árboles cargados de frutos deliciosos. Grande fue la alegría de todos al contemplar tanta belleza.

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