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Todos se tendieron en el suelo, salvo el Espantapájaros, quien se quedó de pie con los brazos extendidos. Cuando lo vieron los cuervos, todos se asustaron —como les ocurre siempre que ven un espantapájaros —y no se atrevieron a acercarse más. Pero el rey les dijo:
—No es más que un hombre relleno de paja. Le arrancaré los ojos a picotazos.
Y voló directamente hacia el Espantapájaros, el que lo tomó de la cabeza y le retorció el cuello hasta matarlo. Entonces se le echó encima otro cuervo, y el Espantapájaros también lo mató. Eran cuarenta, y cuarenta veces retorció un cuello hasta que al fin quedaron todos muertos a su alrededor. Entonces dijo a sus compañeros que se levantaran y de nuevo emprendieron su viaje.
Cuando la Bruja Maligna volvió a asomarse y vio muertos a todos sus cuervos, le dio un ataque de furia e hizo sonar tres veces su silbato de plata. Al instante se oyó un silbido ensordecedor y por el aire se acercó un enjambre de abejas negras.
—¡Vayan donde están los forasteros y mátenlos a aguijonazos! —ordenó la Bruja.