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Los Winkies no eran personas valientes, pero estaban obligados a obedecer, de modo que echaron a andar hasta que llegaron cerca de Dorothy. Entonces el León lanzó un tremendo rugido al tiempo que saltaba hacia ellos, y los pobres Winkies se asustaron tanto que se alejaron a todo correr.

Cuando llegaron al Castillo, la Bruja Maligna los golpeó con una correa y los mandó de regreso al trabajo, tras de lo cual se sentó a pensar en lo que podría hacer. No podía entender por qué fallaban todas sus tentativas de destruir a aquellos forasteros. Empero, era una Bruja tan poderosa como malvada, y pronto decidió lo que debía hacer.

En un armario tenía un Gorro de Oro rodeado por un círculo de brillantes y rubíes, y este gorro era mágico. Quienquiera lo poseyera podría llamar tres veces a los Monos Alados, los que obedecerían las órdenes que se les dieran, mas nadie podía disponer de aquellos extraños seres más de tres veces. La Bruja Maligna había usado ya dos veces el encanto del Gorro: una cuando esclavizó a los Winkies y se erigió en gobernante de su país, cosa en que la ayudaron los Monos Alados. La segunda vez fue cuando luchó contra el mismísimo Oz y lo arrojó de la tierra de Occidente, cosa en la que también la ayudaron los simios. Sólo una vez más podía usar el poder del Gorro de Oro, razón por la cual no le agradaba hacerlo hasta que se hubieran agotado todos sus otros poderes. Pero ahora que había perdido a sus feroces lobos, a sus cuervos y a las abejas negras, y que el León Cobarde había espantado a sus esclavos, comprendió que sólo le quedaba un último recurso para eliminar a Dorothy y sus amigos.

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