Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Observando aquel despliegue de pieles, trajes, animales disecados, vestidos, armas e ídolos indios, el perrazo Don y la yegua Occtto, Jo sonrió con buen humor.

―Ya sólo faltarían unas tiendas.

―… y traigo dos ―interrumpió Dan, con acento burlón.

―Bueno, pues las dos tiendas plantadas por ahí y un asado campestre. ¿Qué nos darían tus amigos los Montana, Dan?

―Para obsequiaros os darían lengua de búfalo asada, jamón de oso, tuétanos con miel y frutas ácidas de las praderas. Para beber, agua limpia de los arroyos.

Aquél fue el principio de las vacaciones. Ruidoso, alegre y movido, como presagio de lo que habían de ser los días venideros.

Entre Dan y Emil animaron aquella pequeña colonia. Algunos colegiales, cuyas familias vivían muy distantes y estaban faltos de recursos para ir de vacaciones, se quedaron en Plumfield. Otros fueron acomodados en el «Parnaso» y todos se esforzaron en hacerlas gratos aquellos días.

Emil se encontraba tan a gusto entre los chicos como entre las chicas. Su carácter alegre le abría siempre un hueco. Dan sentía cierto respetuoso temor de las «lindas estudiantes». Cuando estaba ante ellas, y era frecuentemente porque ellas le buscaban, se sentía cortado, como inseguro. Eso era debido a que quería aparecer como un hombre bien educado y, por temor a soltar alguna inconveniencia, se retenía demasiado.

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