Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Meg se detuvo, apenada por el recuerdo y orgullosa, al mismo tiempo, de que John se pareciese tantísimo a su progenitor.
―Querida mamá, tus consejos han sido siempre muy valiosos, acertadísimos y valorados por mí. Tanto es así, que ahora puedo anunciarte ya una buena noticia.
―¡Dímela, John, no esperes más! ―pidió Meg con ilusión.
―Desde hace bastante tiempo, entre tía Jo y yo tratamos de conseguirlo. No dijimos nada por si nos fallaba. Pero al fin parece que lo hemos conseguido.
―Estoy impaciente por saberlo y te recreas en demorarte.
―Conoces al señor Tiber, editor de las obras de tía Jo, con la cual tiene muy buena amistad. Es un hombre generoso, amable y esencialmente honrado. Es muy competente y entendido. Pues hay todas las posibilidades de que yo pase a ser su secretario.
―Ésa sí que sería una buena noticia, John.
―El señor Tiber debe entrar en contacto continuamente con autores de obras de todas clases. Gente culta, distinguida, estudiosa… Trabajar en aquel ambiente es efectuar una labor agradable, es tomar contacto con el mundo intelectual, es disfrutar.