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Manuel la observó con desprecio. Su bigote se retorció, dándole aspecto de malo de cómic. Una parte de Brenda quería reírse. En vez de ello, miró por detrás de él para ver si podía salvar algo.

—Si a alguno de vosotros le interesa quedarse, estoy dispuesta a considerar volver a enseñaros.

Les brillaron los ojos. Bueno, a los dos urbanitas. Ángel apartó la mirada, ocultando lo que sentía tanto a su tío como a Brenda, pero a ella le valió como respuesta.

—No se van a quedar pegados a tus faldas —dijo Manuel—. No durarás ni una semana sin nosotros. Vamos, chicos. Tenemos una semana de descanso antes de que venga arrastrándose para que volvamos.

Los dos urbanitas se miraron. Luego arrastraron los pies hacia la camioneta de Manuel. Brenda vio por el rabillo del ojo que Ángel hizo una mueca, pero obedeció y caminó penosamente hacia la camioneta.

—Ya no quedan ayudantes disponibles a estas alturas de la temporada —le dijo Manuel—. Estoy deseando verte de rodillas cuando vengas a pedir ayuda.

—Ya puedes esperar sentado —respondió ella.

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