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Los asociados reunidos estaban cansados pero entusiasmados. La promesa de acción les llenaba de energía. Habían pasado largas semanas, si no meses, de jornadas de doce a quince horas revisando miles y miles de documentos electrónicos en busca de privilegios y respuestas para utilizarlos en casos a los que nunca se acercarían. Cada uno se sentó en la reluciente mesa de la sala de conferencias rezando para que este horrible accidente aéreo fuera su boleto de salida del infierno de la revisión de documentos.

Peterson entró en la sala. A pesar de que era casi medianoche y de que su cliente más importante estaba en crisis, Peterson parecía fresco e imperturbable. Llevaba unos caquis sin pliegues y una camisa de golf rosa.

Sasha le entregó una taza de café y un juego de folletos.

Se inclinó hacia él y le dijo: “Son gente auténtica de Prescott, ¿verdad?”

Ella asintió. Prescott & Talbott había afrontado los difíciles tiempos económicos creando un sistema de castas de abogados. Los abogados contratados (considerados no aptos para un verdadero empleo por sus logros académicos o su posición social) eran contratados para realizar las revisiones de documentos más importantes y se les pagaba una tarifa horaria insultante por sus esfuerzos. No sólo se perderían el prestigio de ser socios, sino que los salarios que ganaban no harían mella en las decenas (o, más probablemente, cientos) de miles de dólares de préstamos de la facultad de Derecho que habían acumulado.

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