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Nyanaponika Thera


Unas palabras

El otro día recibí carta de un amigo de Saigón en la que me decía que estaba a punto de ser movilizado y que esa carta, probablemente, sería la última que podría enviarme antes de ser obligado a servir en el ejército. «Estos últimos días he estado lleno de ansiedad, pero me siento feliz de que la paz vaya a llegar pronto a nuestro país. Espero poder volver y dedicar todos mis esfuerzos a suavizar el odio entre los hermanos de ambos lados tras veinte años de haber estado obligados a usar las armas los unos contra los otros».

Por entonces, Thai Nhat Hanh y Chi Phuong (Thai significa «maestro» y Chi «hermana mayor») se hallaban en Tailandia para asistir a una asamblea de jóvenes trabajadores sociales asiáticos. También pudieron, casi a diario, establecer contacto telefónico con amigos del Vietnam para saber qué trabajo se estaba realizando para facilitar la situación de los refugiados. Cuando Thai y Chi Phuong se fueron, encontré muy duro practicar la atención mental, aunque sabía que la práctica de la atención era la única forma en la que podía seguir viviendo en aquellos días y tener algo que ofrecer a los demás. El teléfono sonaba constantemente, por lo general eran personas bienintencionadas que insistían en adoptar un huérfano vietnamita; tuve que explicar muchas veces por qué creíamos que ayudar a los niños en Vietnam, donde podían permanecer con un tío o una tía, era mejor que arrancarlos de sus parientes y cultura. Nunca cogía el teléfono a la primera o segunda llamada, al fin de concederme unos segundos para vigilar mi respiración y sonreír antes de descolgar. Antes de decir «hola» trataba de hacer surgir el pensamiento: «Que sea consciente de todo lo que esta persona pregunte y de todo lo que yo responda, tratando esta conversación como si fuera la más importante que jamás haya mantenido». El timbre de la puerta sonaba muchas veces al día. A menudo eran amigos vietnamitas que venían a compartir sus penas o las noticias que acababan de recibir de miembros de su familia. Antes de abrir la puerta trataba de vigilar mi respiración y relajar mi cuerpo. Mantenía en mi cara una semi sonrisa y cuando abría la puerta trataba de mantener en mi mente el pensamiento: «Déjame conseguir que esta persona se sienta bienvenida y refrescada cuando atraviese esa puerta». Pero sin la presencia de Thai y Chi Phuong a menudo olvidaba practicar estos «métodos de atención».

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