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3 Según las cifras del año inmediatamente anterior a la inducción, la localidad de Santa Fe era la tercera con mayor cantidad de hurto a personas (delito que más preocupaba a la administración universitaria), con una tasa de 1.617 hurtos por cada 100.000 habitantes, superado solamente por las localidades de La Candelaria (también ubicada en el centro de la ciudad y limítrofe con la localidad de Santa Fe) con 2.363 y Chapinero con 1.800 (Cámara de Comercio de Bogotá, Observatorio de seguridad en Bogotá No 46: junio de 2014 [Bogotá: Cámara de Comercio, 2015], 37).

4 La idea de “sentido común” tiene que ver con la propuesta analítica de Berger y Luckmann para el conocimiento de la vida cotidiana. Según ellos, los individuos construyen recetas sobre cómo actuar en la vida cotidiana, lo que hace surgir ese sentido común (Berger y Luckmann, La construcción social de la realidad [Buenos Aires: Amorrortu, 2012], 34-63). En materia de gobierno del crimen, un buen ejemplo de la forma en que la idea de sentido común ha sido utilizada aparece en los textos de Wilson: “El ciudadano promedio difícilmente necesita ser persuadido de que el crimen será cometido más frecuentemente si, en las mismas circunstancias, este reporta más ganancias comparado con otras formas de pasar el tiempo. De acuerdo con esto, el ciudadano promedio piensa que es obvio que la razón por la cual el crimen aumenta es porque se está haciendo más fácil escaparse de sus consecuencias. Bajo el mismo razonamiento, el ciudadano promedio piensa que una buena forma de reducir el crimen es hacer más costosas las consecuencias del crimen para el infractor (con penas más rápidas, más ciertas y más severas), o hacer que las alternativas al crimen sean más valiosas (aumentando la disponibilidad y el salario por hacer trabajos legítimos), o ambas cosas”. (Traducción libre del texto “The average citizen hardly need to be persuaded of the view that crime will be more frequently committed if, other things being equal, crime becomes more profitable compared to other ways of spending one’s time. Accordingly, the average citizen thinks it obvious that one major reason why crime has gone up is that people have discovered it is easier to get away with it; by the same token, the average citizen thinks a good way to reduce crime is to make the consequences of crime to the would-be offender more costly (by making penalties swifter, more certain, or more severe), or to make value alternatives to crime more attractive (by increasing the availability and pay of legitimate jobs), or both”) (James Wilson, “Penalties and opportunities”, en A reader on punishment, ed. por Antony Duff y David Garland [New York: Oxford University Press, 1995], 177). Esta visión estaría fundada en las teorías del control, cuyo soporte empírico suele basarse en supuestos poco fundamentados (Marcus Felson y Ronald V. Clarke, “Opportunity makes the thief”, Police Research Series 98 [1998]). Por su parte, Wilson no ofrece una explicación de por qué los ciudadanos piensan esto, o alguna prueba de que ello sea efectivamente así, sino que asume que sus intuiciones son extensibles sin mayor elaboración. En esta investigación, para evitar caer en la generalización de aquel autor, siguiendo la senda de Berger y Luckmann se intentará mostrar la forma en que el sentido común es construido en Bogotá a partir de la distribución de recursos de gobierno del crimen y la creación de una forma específica de razonar sobre el crimen en las actividades diarias.

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