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Tenía una vaga idea de dónde estaba. La posición del sol, el tipo de vegetación y el clima eran buenas pistas. Desde su llegada a ese lugar, poco a poco su mente, demasiado acostumbrada al trabajo constante como para desconectarse del todo, había estado analizando el asunto.

Al menos hasta que el «asunto» perdió interés para él.

Siguiendo el consejo de uno de sus amigables «carceleros», que era como los denominaba a ratos, escribía cuando menos un par de horas diarias. Además de ser una excelente forma de terapia (tenía que admitirlo), le ayudaba mucho a hacer que las horas de su encierro fuesen menos interminables, ya que ver noticieros y programas insulsos estaba descartado.

Aunque le habían dicho que podía salir a pasear, el científico sabía, por supuesto, que sería vigilado con la misma atención que en sus habitaciones. De cualquier manera, ya sus mejores amigos (en el fondo sabía que eso eran realmente), que siempre parecían estar ahí cuando era necesario, le habían dicho con amable firmeza que tenía que volver a trabajar. Y pronto. Que mucho, si no es que todo, seguía dependiendo de él. Y que no había otro candidato para el puesto de jefe.

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