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Estos personajes, bien conocidos por la cultura y por el psicoanálisis, le sirven a Fendrik para exponer las ideas de Freud y de Lacan desde su propia y singular perspectiva.

Hamlet es la tragedia del deseo. Quiere y no quiere matar a Claudio, pero no puede hacerlo hasta que muere Ofelia (oh falo) y entonces se le abre al príncipe la oportunidad de acceder al trono de Dinamarca, que está ocupado por el ambicioso Claudio, y salvarse del incesto con la madre, la reina Gertrudis, la mujer sexual que Hamlet no puede soportar. Es cierto, como dice la autora, que Shakespeare pinta una y otra vez a la madre como una mujer voraz que Hamlet teme, aunque ese deseo sin límites de la mujer sexuada sea también el propio deseo de Hamlet proyectado.

De todos modos, Fendrik dice que el deseo sexual masculino no puede escapar a su destino trágico, a la muerte en la tragedia de la madre sexual.

Freud trató de resolver este dilema del hombre entre la madre y la puta a costa de la disociación. Fendrik pone el acento en la madre sexuada que no reconoce límites a su deseo genital. Este deseo sexual de su madre horroriza a Hamlet, que teme caer en sus lujuriosas garras, ser la próxima víctima de su pasión incestuosa: más el deseo de la madre que el deseo por la madre.

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