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La división con la que Freud intenta dirimir el dilema del hombre entre la madre y la puta lo lleva a reconocer una degradación de la vida erótica.

La confrontación con la madre sexuada es siempre aterradora y sólo se atenúa con la función paterna de dar la castración. Por alguna razón esto le habrá fallado al rey Hamlet —se pregunta la autora— el padre espectral que reclama justicia y venganza.

La muerte de su enamorada le permite a Hamlet hacer el duelo de Ofelia como falo, el objeto perdido, y llevar adelante la venganza encargada por su padre, matando a Claudio y asumir así su masculinidad y hacerse, simultáneamente, príncipe de Dinamarca.

Sin embargo, concluye Fendrik, no es el trono ni el cumplimiento de la venganza del espectro lo que mueve a Hamlet sino, más bien, su intento de escapar del deseo de su genital y aterradora madre.

Si ésta es la tragedia de Hamlet, distinto es el camino que recorre Don Juan, que es la representación del falo como un hombre sin nombre, que está más inclinado a deshonrar a la mujer, violando el tabú de la virginidad y que le hace perder a la mujer su filiación como hija del padre.

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