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Y, después de mil años, escalé a la montaña sagrada y, de nuevo, le dije a Dios: “mi Dios, mi objetivo y mi realización; yo soy tu ayer y Tú eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y Tú eres mi flor en el cielo, juntos crecemos ante la faz del sol”.

Entonces Dios se inclinó hacia mí, y murmuró en mis oídos palabras de dulzura; y así, como el mar acoge al arroyuelo que corre a su encuentro, Él me recibió.

Y cuando bajé a los valles y planicies, allí también estaba Dios.

Amigo mío

Amigo mío, no soy lo que parezco. Mi apariencia no es más que el traje que me cubre, un traje cuidadosamente tejido que me protege de tu curiosidad, y a ti de mi negligencia.

El yo que hay en mí, amigo mío, habita en una casa de silencio, y en ella vivirá para siempre inadvertido, inaccesible.

No quiero hacerte creer en lo que digo ni que confíes en lo que hago; porque mis palabras no son sino tus propios pensamientos transformados en sonido, y mis acciones tus propias esperanzas convertidas en movimiento.

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