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Dentro de la misa llegaba el punto más importante, que no era la predicación ni la lectura de la Biblia sino la comunión, cuando se nos daba una hostia. En aquellos tiempos, el padre la ponía en la lengua y no podíamos tocarla con la mano porque era el cuerpo de Cristo, y había que regresar al asiento donde escuchábamos la misa en forma solemne y arrodillados, mientras diluíamos o masticábamos el pedazo de hostia en la boca. En aquel tiempo de 1965, la misa estaba llena de procedimientos ―que hoy en día han cambiado mucho― y la consagración se recitaba en latín. Esto debido a que ésas eran las instrucciones según la tradición de Roma, porque ése era el idioma oficial para proceder con el rito de la misa. Además de que el idioma oficial de la consagración era el latín, había otros aspectos diversos que se establecieron en el Concilio de Nicea, como el sentido de la orientación al construir la iglesia. También había orientaciones acerca de cómo se tenían que bendecir el vino y la hostia. Por lo general, el padre daba la espalda a la congregación en el momento de consagrar el vino y el pan. El padre estaba desconectado de una manera notoria con respecto a las personas que estábamos escuchando. Muchas de estas tradiciones ya se han modernizado y ahora hay mayor conexión entre el sacerdote y los feligreses. Sin embargo, hay otros ritos que siguen vigentes. Uno de ellos es el uso de la sotana. Esta vestimenta no tiene nada que ver con las instrucciones de los apóstoles ni de Jesús mismo. Es más bien una tradición que se ha conservado, porque así se vestía en los años de antaño en el catolicismo y en algunas otras denominaciones cristianas, ya que provoca un cierto estatus de diferenciación entre el sacerdote y los feligreses.

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