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De cualquier manera, había un fuego implacable en mi corazón que no podía detener ni ocultar, así que pensé en dejar la carrera de ingeniería para irme de misionero a predicar el evangelio, para que muchos fueran salvos por la fe en Jesucristo.

Un día me acerqué a mi padre y le dije que ya no quería estudiar ingeniería y que si me permitía mejor ser misionero. Él estaba en su baño amplio de la gran casa donde vivíamos. Se estaba rasurando, dejó de rasurarse, se me quedó viendo fijamente y me dijo: “¡No!, primero termina tu ingeniería y luego te vas a hacer lo que tú quieras”. No era la primera vez que me decía que no, porque cuando tenía 11 años me invitaron los maestros maristas de la escuela donde estudié primaria a unirme al llamado marista. Recuerdo que al ir con mi padre y solicitar permiso, se rio y me dijo: “De ninguna manera, sigue estudiando y luego veremos”.

En una ocasión, leyendo la Biblia en mi cuarto y pidiendo a Dios guía para saber qué tenía que hacer, sentí que Él me hablaba a través de un pasaje que estaba leyendo en el libro de Proverbios, capítulo 1 versículo 8, que reza de la siguiente manera: Oye hijo mío la instrucción de tu padre y no desprecies la dirección de tu madre. En ese momento yo sentí que Dios me estaba hablando y decidí seguir el consejo de mis padres de trabajar en el negocio familiar que mi abuelo había fundado y que mi padre había hecho crecer enormemente. Este concepto de sentir que Dios habla en forma personal, es una constante en las iglesias evangélicas cristianas pentecostales alrededor del mundo. Y como yo fui converso en esta Iglesia, ya a estas alturas había aprendido bien el concepto de que Dios habla a cada persona y la quiere guiar de acuerdo a su voluntad. Después de haberme graduado como ingeniero, trabajé por tres años dentro de la empresa familiar hasta que un buen día, teniendo temor de no obedecer el llamado de Dios a hacer su voluntad, dejé todo para ir a seguir al Jesús vivo que había encontrado y que quemaba en mi corazón, e ir a servirle y predicar hasta el último rincón de la Tierra (Mr. 16:15), comenzando en lo más cercano que era mi país, pero no quería ir a predicar a cualquier lugar en México. Había aprendido a ayudar siempre a los más necesitados, a los más pobres y desposeídos. Así que me vi en la tarea de partir de mi casa, de acuerdo al mandato de Jesús, y salir a predicar. En Mr. 10:17-21 está la historia del hombre rico, que se conoce en el Evangelio de Mateo como la del Joven Rico; es donde Jesús le pide dejar todo y seguirlo. Yo no quería que me pasara lo que le pasó a esa persona en la descripción de Marcos, que no lo pudo seguir porque tenía “muchas posesiones”, así que me decidí a vender y regalar todo lo que tenía, hasta mi reloj de oro que mi abuelo me había regalado, y así decidí seguir a Jesús sin atadura alguna a los bienes materiales. En ese tiempo estaba joven, tenía aproximadamente unos 25 años.

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