Читать книгу Dios te salve, Reina y Madre. La Madre de Dios en la Palabra de Dios онлайн

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Incluso a medida que me acercaba lentamente a la fe católica —movido inexorablemente por la verdad de una doctrina tras otra— no lograba aceptar la enseñanza mariana de la Iglesia.

La prueba de su maternidad habría de llegar, para mí, únicamente cuando tomé la decisión de empezar a ser hijo suyo. A pesar de los poderosos escrúpulos de mi formación protestante —recuerda que unos años antes había roto el rosario de mi abuela—, un día tomé un rosario y empecé a rezarlo. Rezaba por una intención muy personal y aparentemente imposible. Al día siguiente, volví a cogerlo, y al día siguiente y al siguiente. Pasaron meses antes de que me diera cuenta de que aquella intención mía, aquella situación en apariencia imposible, se había resuelto desde el día en que recé el Rosario por primera vez. Mi petición había sido concedida.

DE AQUÍ A LA MATERNIDAD

Desde ese momento, conocí a mi madre; conocí verdaderamente cuál era mi hogar en la familia de la alianza de Dios: sí, Cristo era mi hermano. Sí, me había enseñado a rezar «Padre nuestro». Ahora, en mi corazón, aceptaba su mandato de mirar a mi madre.

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