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ADOLESCENTES ESPIRITUALES

Pero, ¿no es eso lo que pasa con muchos cristianos? Cuando Jesús estaba a punto de morir en la cruz, en su última voluntad y testamento, nos dejó una madre. «Cuando Jesús vio a su madre y al discípulo a quien amaba junto a Ella, dijo a su madre: “Mujer, ¡ahí tienes a tu hijo!” Entonces dijo al discípulo: “¡Ahí tienes a tu madre!” Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19, 26-27).

Nosotros somos sus discípulos amados, sus hermanos pequeños (cf. Hb 2, 12). Su casa del cielo es nuestra, su Padre es nuestro, y su madre es nuestra. Pero ¿cuántos cristianos la reciben en su casa?

Más aún, ¿cuántas iglesias cristianas están cumpliendo la profecía del Nuevo Testamento de que «todas las generaciones» llamarían «bienaventurada» a María (Lc 1, 48)? La mayoría de los ministros protestantes —y en esto hablo por propia experiencia— evitan hasta mencionar a la madre de Jesús, por miedo a ser acusados de criptocatolicismo. A veces los miembros más celosos de sus congregaciones han sido influenciados por exaltadas polémicas anticatólicas. Para ellos, la devoción mariana es una idolatría que coloca a la Virgen entre Dios y el hombre y enaltece a María a expensas de Jesús. Podrás encontrar iglesias protestantes dedicadas a San Pablo, San Pedro, Santiago o San Juan... pero difícilmente una dedicada a Santa María. Encontrarás con frecuencia pastores que predican sobre Abrahán o David, antepasados lejanos de Jesús, pero casi nunca escucharás un sermón sobre María, su madre. Lejos de llamarla bienaventurada, la mayoría de las generaciones protestantes se pasan la vida sin llamarla de ninguna manera.

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