Читать книгу Dios te salve, Reina y Madre. La Madre de Dios en la Palabra de Dios онлайн

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No se trata sólo de un problema protestante. Demasiados cristianos católicos y ortodoxos han abandonado la rica herencia de devociones marianas que poseen. Están acobardados ante las polémicas de los fundamentalistas, avergonzados por las sonrisitas de teólogos del disenso, o achantados por sensibilidades ecuménicas bienintencionadas pero descaminadas. Se alegran de tener una madre que reza por ellos, les prepara la comida y cuida la casa; sólo que les gustaría que estuviera fuera de la vista cuando haya cerca otros que no van a comprender.

«MARY, MARY, QUITE CONTRARY»[1]

Yo también he sido culpable de esta negligencia filial... no sólo con mi madre de la tierra, sino también con mi madre en Jesucristo, la Bienaventurada Virgen María. La senda de mi conversión me llevó de la delincuencia juvenil a ser ministro presbiteriano. A lo largo del camino, tuve mis momentos antimarianos.

Mi primer encuentro con la devoción mariana tuvo lugar cuando murió mi abuela Hahn. Había sido la única católica por ambas partes de mi familia: un alma tranquila, humilde y santa. Como yo era el único miembro religioso de la familia, al morir ella, mi padre me dio sus objetos religiosos. Los miré con horror. Agarré su rosario y lo destrocé totalmente, diciendo: «Dios, líbrala de las cadenas del catolicismo que la han tenido atada». Lo decía tan en serio como actuaba. Veía al Rosario y a la Virgen María como obstáculos que se interponían entre la abuela y Jesucristo.

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