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Habiendo oído estas palabras y viéndome embarazado, Critias, igual a aquellos que con solo ver bostezar bostezan, me pareció tan embarazado como yo. Habituado a verse colmado de elogios, se ruborizaba solo con notar las miradas de los circunstantes, no se apuraba a confesar que era incapaz de ilustrar las cuestiones que yo le había propuesto, hablaba sin decir nada claro, y solo trataba de encubrir su impotencia. Yo, que no quería ahogar la discusión, le dije:

SÓCRATES. —Si te parece bien, querido Critias, demos por concedido que la ciencia de las ciencias es posible, y entonces entraremos en indagaciones acerca de si existe o no existe, pasaremos de la posibilidad al acto. Supongo esta ciencia perfectamente posible, y te pregunto si es más fácil saber lo que se sabe o lo que no se sabe. Porque hemos dicho que en esto consisten el conocimiento de sí mismo y la sabiduría. ¿No es cierto?

CRITIAS. —Sin duda, y eso es muy consiguiente, Sócrates. Porque si el hombre posee la ciencia que se conoce a sí misma, es preciso que sea de la misma naturaleza que lo que él posee. Tiene uno la vivacidad, es vivo; la belleza, es bello; la ciencia, es sabio. Y si tiene la ciencia que se conoce a sí misma, será preciso que se conozca a sí mismo.

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