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ION. —En eso no dirías más que la verdad.

SÓCRATES. —Tu respuesta no es menos verdadera, Ion. Lo mismo que te he señalado en la Odisea y en la Ilíada pasajes que pertenecen, unos al adivino, otros al médico, otros al pescador, desígname tú ahora, Ion, tú que conoces mejor que yo a Homero, los pasajes que son del resorte de la rapsodia, y que te corresponde examinar y juzgar con preferencia a los demás hombres.

ION. —Te respondo, Sócrates, que todos son de la competencia del rapsodista.

SÓCRATES. —Pero eso no lo decías hace poco. ¿Cómo tienes tan mala memoria? No es propio de un rapsodista ser tan olvidadizo.

ION. —¿Pues qué es lo que yo he olvidado?

SÓCRATES. —¿No te acuerdas haber dicho que el arte del rapsodista es distinto que el del cochero?

ION. —Sí, me acuerdo.

SÓCRATES. —¿No has confesado que, siendo distinto, tiene que conocer de otros objetos?

ION. —Sí.

SÓCRATES. —El arte del rapsodista, según lo que tú dices, no conocerá todas las cosas, como no las conocerá el rapsodista.

ION. —Quizá es preciso exceptuar esta clase de objetos, Sócrates.

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