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—Yo no lo creo, por lo menos, de la manera que ahora lo cuentas.
—¡Por Zeus! —dije yo—, ¿si se destruyera el mal no habría hambre, ni sed, ni ningún otro de estos apetitos?, o, más bien, aun cuando los hombres y los animales fuesen distintos que como son hoy día, la sed ¿no existiría sin ser dañosa? ¿O bien crees tú que la sed, el hambre y los demás apetitos quedarían los mismos al no existir el mal? Quizá es ridículo hablar de lo que sucedería en semejante caso, ni quién puede saberlo. Pero lo seguro es que, en el estado actual, la sed unas veces es un bien, otras un mal para el que la satisface; ¿no es así?
—En efecto.
—Luego el hombre que tiene sed o que satisface cualquier otro deseo, unas veces se encuentra bien, otras mal y otras ni bien ni mal.
—Sí, verdaderamente.
—Y si el mal desapareciese, dime; lo que no es naturalmente un mal, ¿debería desaparecer con él?
—No.
—Luego los deseos que no son ni buenos ni malos, ¿subsistirían en ausencia del mal?
—Así me parece.
—Pero el que desea y el que ama, ¿puede no amar el objeto de sus deseos y de su amor?