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FEDRO. —Me haces demasiado favor al creerme en estado de penetrar todos los artificios de la elocuencia de un Lisias.

SÓCRATES. —Por lo menos me concederás, que todo discurso debe, como un ser vivo, tener un cuerpo que le sea propio, cabeza y pies y medio y extremos exactamente proporcionados entre sí y en exacta relación con el conjunto.

FEDRO. —Eso es evidente.

SÓCRATES. —¡Y bien!, examina un poco el discurso de tu amigo, y dime si reúne todas estas condiciones. Confesarás que se parece mucho a la inscripción que dicen se puso sobre la tumba de Midas, rey de Frigia.

FEDRO. —¿Qué epitafio es ese, y qué tiene de particular?

SÓCRATES. —Helo aquí:

Soy una virgen de bronce, colocada sobre la tumba de Midas;

Mientras las aguas corran y los árboles reverdezcan,

De pie sobre esta tumba, regada de lágrimas,

Anunciaré a los pasajeros que Midas reposa en este sitio.[24]

Ya ves que se puede leer indiferentemente esta inscripción, comenzando por el primer verso que por el último.

FEDRO. —Tú te burlas de nuestro discurso, Sócrates.

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