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FEDRO. —Muy bien, mi querido Sócrates; pero ¿será dado a todos tener esta fuerza?
SÓCRATES. —Cuando el fin es sublime, todo lo que se sufre para conseguirlo no lo es menos.
FEDRO. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Basta ya lo dicho sobre el arte y la falta de arte en el discurso.
FEDRO. —Sea así.
SÓCRATES. —Pero nos resta examinar la conveniencia o inconveniencia que pueda haber en lo escrito. ¿No es cierto?
FEDRO. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿Sabes cuál es el medio de hacerte más acepto a los ojos de Dios por tus discursos escritos o hablados?
FEDRO. —No, ¿y tú?
SÓCRATES. —Puedo referirte una tradición de los antiguos, que conocían la verdad. Si nosotros pudiésemos descubrirla por nosotros mismos, ¿nos inquietaríamos aún de que los hombres hayan pensado antes que nosotros?
FEDRO. —¡Donosa cuestión! Refiéreme, pues, esa antigua tradición.
SÓCRATES. —Me contaron que cerca de Náucratis,[35] en Egipto, hubo un dios, uno de los más antiguos del país, el mismo a que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis. Este dios se llamaba Tot.[36] Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados, y, en fin, la escritura.