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PROTARCO. —Mucho más.

SÓCRATES. —Por lo tanto, hagamos esta mezcla, Protarco, después de haber invocado los dioses, ya Dionisio, ya Hefesto, ya cualquier otra divinidad, a quien competa el cuidado de semejante mezcla.

PROTARCO. —Convengo en ello.

SÓCRATES. —En cierta manera hacemos aquí el oficio de los escanciadores y tenemos a nuestra disposición dos fuentes: la del placer, que se puede comparar a una de miel; y la de la sabiduría, fuente sobria, en la que es desconocido el vino, y de donde sale un agua pura y saludable. He aquí lo que es preciso que nos esforcemos en mezclar del mejor modo posible.

PROTARCO. —Sin duda.

SÓCRATES. —Veámoslo. ¿Conseguiríamos nuestro objeto mezclando toda especie de placer con toda especie de sabiduría?

PROTARCO. —Quizá.

SÓCRATES. —Este medio no sería seguro. Voy a proponerte un modo de hacer esta mezcla con menos riesgo.

PROTARCO. —¿Qué modo?, di.

SÓCRATES. —Tenemos, según pensamos, unos placeres más verdaderos que otros, y artes más exactas que otras.

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