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En lo público hablamos enérgicamente de derechos, de disfrute, de convivencia y de poner en valor las cosas buenas que acontecen. Ponemos en valor el espacio intangible como clave en el significado de la ciudad. Ahora bien, en la era del pueblo, una mujer mayor está sentada en el escalón previo a su casa. Pasas y os saludáis. Tu coche está aparcado justo a su lado. Antes, en la era, se extendía el grano. Hoy es un almacén para el visitante y un estar para el habitante. De forma análoga, en la planta baja de la ciudad sucede exactamente lo mismo: cohabitación dinámica. Ya no podemos pensar (soñar) sólo estáticamente (de manera servicial) en aceras, pavimentos, rayas pintadas y ordenanzas. Si quitas los coches, aparecen las terrazas; si promocionas la marca comercial, aparecen los turistas; si rehabilitas, aparecen los hostales; si dignificas desaparece la libertad.

Si no percibimos estos vínculos no nos anticipamos. El espacio público es una tendencia que salta de ciudad en ciudad. Y, aunque admire los rincones destartalados contra los ágoras ordenados, merece la pena equivocarse de nuevo confiando en la capacidad de transformación de un lugar por parte de las personas que lo habitan en cada momento.

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