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Una cuarta fuente del contrato social

Quizá un “éxito” de la dictadura fue hacernos pensar que todo comenzó en 1973 y que todo lo ocurrido antes es irrelevante, que no merecía reconocimiento, pues antes imperaba la irracionalidad. Claro, la dictadura desde muy temprano se autoimpuso una agenda de reformar el país, una agenda constituyente. Es evidente que hizo reformas que marcaron al país, pero nunca entendió bien cuán flexible y cuánta inercia tiene el marco institucional. La razón es que la dictadura pensó que lo relevante es el marco de las instituciones formales, desconociendo las creencias, las convenciones, la historia, la cultura. Claro, cuando el poder está concentrado de manera tan extrema, se corre el riesgo de pensar que porque puede cambiar las instituciones formales, las informales le seguirán. Ello es solo parcialmente cierto, porque en las instituciones informales hay más inercia de la que uno cree. Las creencias, la historia, las utopías, no ceden fácilmente.

Hay tres fuentes originarias del modelo de desarrollo chileno y que implícitamente se han mencionado aquí (Larraín, 2005). Por un lado, la más antigua es la herencia de la discusión de 1954 entre Aníbal Pinto y Jorge Ahumada, un socialista y un democratacristiano; ese debate inspiró dos de los más importantes libros de la segunda mitad del siglo XX, cuyos ecos llegaron incluso al gobierno de Eduardo Frei Montalva, en particular entre 1964 y 1967. A su vez, está la herencia de la dictadura y sus reformas, algunas de corte neoliberal, como las reformas a la seguridad social, y otras no necesariamente, como la apertura comercial. Finalmente está la herencia de la Concertación y sus reformas de inclusión social y estabilidad macroeconómica. Todas ellas, en distinto grado, tienen un espacio de reconocimiento institucional que fue, con idas y venidas, aceptado por todos los sectores.

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