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¿Se plantea realmente este problema? A primera vista nada hay tan simple como indicar obras de arte: esta estatua, este cuadro, esta ópera… ¡Un momento! ¿Puede mostrarse una ópera de Wagner de la misma manera como mostramos una escultura de Rodin? ¿puede localizarse en el ámbito de las cosas y asegurársele una indudable realidad? Se dirá: la ópera como tal no está hecha para ser vista sino para ser escuchada; con esto se indica ya que el fin de una obra es la percepción estética. Pero desde el momento en que fue hecha posee el ser de una cosa.

¿Y qué es lo que ha sido hecho? Wagner ha escrito un libreto y una partitura, tales signos sobre el papel, que el linotipista reproduce, son de hecho la obra? Sí y no. Cuando Wagner escribió el último acorde en su manuscrito pudo decir: mi obra está acabada; pero cuando el trabajo del compositor termina, comienza el de los ejecutantes: la obra está terminada, pero todavía no se manifiesta como es ni está aún presente. Yo puedo tener la partitura de Tristán ¿pero me encuentro, por ello, en presencia de la obra? Si no soy capaz de leer la música, desde luego que no: más bien estoy frente a un conglomerado de signos sobre el papel y tan lejos –no me atrevo a decir: más lejos, dado que no hay grados en el infinito que separa la presencia de la ausencia– como si me encontrara ante un nuevo resumen del libreto un comentario de la obra. Si, por el contrario, estos signos poseen sentido para mí –sentido musical se entiende– entonces me hallo por ellos en presencia de la obra, y puedo, por ejemplo, estudiarla como hace el crítico que la analiza o el director de orquesta que se prepara para dirigirla. ¿Pero cómo poseen tales signos un sentido, sino evocando, de una forma que ya se verá, la música misma, es decir, una ejecución virtual, pasada o futura? Solo así la obra musical es ejecutada, es así como se halla presente. No obstante, existe ya, aunque sea como puro estado de proyecto, desde que Wagner descansó su pluma. Lo que la ejecución le añade no es nada. Y sin embargo lo es todo: la posibilidad de ser escuchada, es decir, presente, según la modalidad que le es propia, a una conciencia, y de llegar a ser para esta conciencia un objeto estético. Esto es afirmar que la obra es captable en relación al objeto estético. Y esto es igualmente cierto para las artes plásticas: esta estatua del parque, este cuadro que cuelga de la pared, están ahí indudablemente, y parece vano el interrogarse sobre el ser de la obra; o más bien cualquier interrogación hallará enseguida su respuesta, ya que la obra está ahí, prestándose al análisis, al estudio de su creación, de su estructura o de su significación. Y no obstante, al igual que la partitura se estudia en referencia a una posible audición, así la obra plástica se conecta a la percepción estética que suscita; y nosotros reparamos en ella como obra de arte entre las cosas indiferentes solo porque sabemos que solicita esta percepción, mientras que unas manchas en un muro o un muñeco de nieve en el jardín no merecen tal percepción ni tampoco la obtienen. Así, sobre la fe de una cierta tradición cultural, distinguimos las obras auténticas como aquellas de las que tenemos conciencia que solo existen plenamente cuando son percibidas y fruidas por ellas mismas. Así, la obra de arte, por muy indudable que sea la realidad que le confiere el acto creador, puede tener una existencia equívoca porque es su vocación el trascenderse hacia el objeto estético en el cual alcanza, con su consagración, la plenitud de su ser. Interrogándonos sobre la obra de arte, descubrimos el objeto estético, y será necesario hablar de la obra en función de este objeto.

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