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Si miramos con detalle las palabras de esta filósofa, observaremos que el cosmos no es una globalidad organizada (como nos gustaría imaginar). En desquite:
Aquí hay que distinguir al cosmos de cualquier cosmos, o mundo, particular, tal como podría pensarlo una tradición particular. No designa tampoco un proyecto que busque englobar a todos, porque es siempre una mala idea designar un englobante para aquello que se niega a ser englobado por otra cosa. El cosmos, tal como figura en el término cosmopolítica, designa lo desconocido de estos mundos múltiples, divergentes; las articulaciones de las que podrían llegar a ser capaces (Stengers 2014: 21, retraducido al español a partir de la versión en inglés).
A simple vista puede parecer ingenuo imaginar la existencia de muchos mundos, cuando ahora, más que nunca, insistimos en vislumbrar el final del nuestro. Pero como puntualizó Eduardo Viveiros de Castro (2015: 308), afirmar que otro mundo es posible no es más que la constatación de que “hay vida fuera del capitalismo, como hay sociedad fuera del Estado. Siempre hubo, y –es para eso que luchamos– continuará habiendo”. Como venimos discutiendo, lo relevante no es conocer la totalidad del cosmos implicado en el término cosmopolítica, ya que ésta y éste son desconocidos; sino dar cuenta de las divergencias (Strathern 2005), de las fricciones (Tsing 2005, Tsing 2015), de las disputas por la definición de lo real (Viveiros de Castro 2015) entre esta multiplicidad de mundos. Incluso, hay quienes, como Marcio Goldman (2016: 30) que colabora en este libro, han experimentado el potencial de “ese desconocido fundamental o de una especie de no sabemos trascendental” como el dispositivo constitutivo de la práctica antropológica “de la manera más radical posible”, con el fin de evitar “la descalificación de la práctica y el pensamiento de aquellos y aquellas con quienes trabajamos”.