Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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«Ni en Hollywood los fabrican así», andaba pensando el tipo de Panagra, lleno de admiración, cuando Juan Lucas dijo firma estos pa­peles, Susan, extendiéndole una pluma de oro que nadie había vis­to nunca anunciada por la publicidad; se la extendió cogida como un cigarrillo, entre dos dedos cuya educación había transcurrido indu­dablemente entre plumas fuente de oro y vasos de cristal. La pobre Susan terminó de firmar los tres papeles que le correspondían y descubrió que en cada uno había garabateado su nombre diferente. «No tengo firma», anunció volteando aterrada donde Juan Lucas, «¿qué ha­­go, darling?, ¿en qué líos me voy a meter ahora?». Juan Lucas volvió a coger su pluma, la guardó en el bolsillito para lapiceros de su chaqueta para la ocasión, miró fijamente al tipo de Panagra, por si acaso hubiera pensado burlarse de la señora, y la tomó del brazo. Todo es­­ta­ba listo y en regla con los pasaportes. Santiago quiso dejarse de ma­riconadas, dejarse de contemplar al tal Juan Lucas, pero ahora de nuevo lo contemplaba mientras atravesaba el hall con su madre, pa­recía que se iban al cielo. Susan volteó a decirle a Vilma que no fuera a desabrigar a Cinthia y que trajera a los niños al bar. Por supuesto que Julius había desaparecido y todo el mundo empezó a requintar, pero Juan Lucas ya lo había visto y lo señalaba con un dedo tan fi­no y tan largo que casi no dejaba pasar a la gente: allá, allá, pegado al ventanal, contemplando el campo de aterrizaje. Cuando Vil­ma casi lo mata del susto al cogerlo del brazo, por de­trás, él le dijo que en ese avión se iba Cinthia, era un Air France, el que más le gustaba.

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