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En definitiva, la Gran Recesión fue el fruto de los excesos de endeudamiento de los agentes económicos, que debieron ajustar sus posiciones patrimoniales para que de nuevo el consumo y la inversión pudieran crecer, y el empleo con ellos.
En cambio, la recesión creada por la COVID-19 no tiene su raíz en ningún desequilibrio económico. El consumo y la inversión han disminuido por la súbita paralización de las actividades productivas y el confinamiento de las poblaciones en sus casas. La caída de la oferta y la demanda ha sido, por eso, simultánea y abrupta.
La corrección de los desequilibrios financieros que justificaron la Gran Recesión exigió tiempo para que bancos, empresas y familias aminorasen sus deudas, en un marco de restricción financiera. Muchas pequeñas empresas desaparecieron porque no pudieron obtener créditos de unos bancos endeudados, ni auxilio de un sector público que no debía ni podía contribuir a un mayor endeudamiento de la economía.
En cambio, si no se prolonga más allá de lo esperado hoy, la crisis de la COVID-19 no debería exigir grandes ajustes en los balances de los agentes económicos, salvo en el caso del sector público, que recibirá la asistencia de las instituciones comunitarias. Por esta razón, cabe esperar una recuperación más rápida.