Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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—¿Qué tal el paseo?
—Por aquí los caminos son buenos.
—Supongo que los automóviles…
—Sí.
Obedeciendo a un impulso irresistible. Gatsby se volvió hacia Tom, que había reaccionado a la presentación como si no lo conociera.
—Creo que ya nos conocíamos, mister Buchanan.
—Ah, sí —dijo Tom, brusco y correcto, aunque era obvio que no se acordaba—. Sí, lo recuerdo perfectamente.
—Hace unas dos semanas.
—Es verdad. Usted estaba con Nick.
—Conozco a su mujer —continuó Gatsby, casi con agresividad.
—¿Sí?
Tom se volvió hacia mí.
—¿Vives cerca, Nick?
—En la casa de al lado.
—¿Sí?
Mister Sloane no participaba en la conversación, sino que se retrepaba en la silla con arrogancia; la mujer tampoco hablaba, hasta que inesperadamente, después de dos whiskys con soda, se volvió cordial.
—Vendremos a su próxima fiesta, mister Gatsby —sugirió—. ¿Qué me dice?
—De acuerdo, será un placer tenerlos aquí.
—Será muy agradable —dijo mister Sloane sin la menor gratitud—. Bueno, creo que debemos irnos ya a casa.
—Por favor, no hay prisa —dijo Gatsby con calor. Había recuperado el control de sí mismo y quería seguir hablando con Tom—. ¿Por qué… por qué no se quedan a cenar? No me sorprendería que se dejara caer por aquí alguna gente de Nueva York.