Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—No. Ustedes se vienen a cenar conmigo —dijo la señora con entusiasmo—. Los dos.

Me incluía también a mí. Mister Sloane se puso de pie.

—Vamos —dijo, pero sólo a ella.

—Hablo en serio —insistió la señora—. Me encantaría que nos acompañaran. Hay sitio de sobra.

Gatsby me miró, interrogándome. Quería ir y no había entendido que mister Sloane había decidido que no fuera.

—Me temo que no puedo acompañarles —dije.

—Bueno, pues viene usted —insistió ella, concentrándose en Gatsby.

Mister Sloane le murmuró algo al oído.

—No llegaremos tarde si nos vamos ahora mismo —contestó ella en voz alta.

—No tengo caballo —dijo Gatsby—. Montaba en el ejército, pero nunca he comprado un caballo. Los seguiré en el coche. Discúlpenme un momento.

Los demás salimos al porche, donde Sloane y la señora se apartaron para iniciar una apasionada conversación.

—Dios mío, creo que ese tipo se viene —dijo Tom—. ¿No se da cuenta de que ella no quiere que venga?

—Ella dice que quiere que vaya.

—Da una gran cena en la que ese Gatsby no va a conocer a nadie —arrugó la frente—. Quisiera saber dónde diablos conoció a Daisy. Por Dios, puede que mis ideas ya no estén de moda, pero, para mi gusto, las mujeres de hoy andan demasiado sueltas. Y tropiezan con toda clase de chiflados.

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