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—Bien. Guárdame un plato de ese chili de carne de pollo, —dijo Leo, señalando con la cabeza su menú a medio terminar.

Subió las escaleras de dos en dos y asomó la cabeza al despacho de Sasha. Estaba vacío. Su salvapantallas (una imagen de la estatua de la Dama de la Justicia que adornaba la torre del reloj en lo alto del juzgado del condado de Clear Brook) estaba encendido, así que había estado fuera más de unos minutos.

Seguramente estaba al otro lado del pasillo contando chismes con Naya.

Llamó a la puerta de Naya.

—Entra, —llamó Naya.

Abrió la puerta con facilidad y estiró el cuello para mirar dentro: no estaba Sasha.

—Oh, eres tú. Pensé que eras Mac, —dijo Naya.

—Hola a ti también, Naya.

Entró a grandes zancadas y se tiró en la silla de invitados a rayas azul marino y crema.

—Entra y toma asiento, chico de la mosca, —dijo Naya sin palabras.

—Gracias.

Leo le sonrió. A pesar de su irritabilidad, sabía que a Naya le gustaba. O, estaba bastante seguro de que le gustaba. La mayor parte del tiempo.

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