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Leo no se había molestado en discutir la decisión. Le habían etiquetado como un problema. Su impecable expediente, sus elogios anteriores y su indiscutible eficacia no significaban nada ahora, en lo que respecta al Departamento. Era una mancha que ningún argumento podría eliminar. Suponía que debía agradecer que le quedara suficiente buena voluntad dentro del Departamento para conseguir el cómodo puesto de civil con un salario de seis cifras.

Pero Sasha no podía enterarse. Se culparía a sí misma, a pesar de que él había decidido por sí mismo saltarse los límites de su autoridad para ayudarla. Ella nunca le había pedido que hiciera nada. Quería que ella lo viera como indispensable. Quería ser importante para ella.

Naya seguía mirándolo. O lo miraba fijamente, en realidad. Se inclinaba hacia delante en su silla como si estuviera dispuesta a saltar sobre él.

—No sé, Naya. Es una oferta tentadora.

Su mirada se volvió aún más feroz.

Leo sintió la absurda necesidad de hacerla entender. —Vamos, Naya, Sasha sabía que mi puesto aquí era temporal.

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