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Lo llevó al doctor Tollins, y a Elizabeth.

«Cuando me miré en el espejo esta mañana, me juré a mí mismo que esa sería la última cosa horrible del día. Ahora entiendo por qué mi padre nunca hizo ninguna promesa. Hola, doctor».

«Siempre es un placer, Stone».

«Nuestro detective privado quiere ver a alguien», dijo Peterson.

«¿Tienes una cita?» Doc hizo de cicerone entre las muchas mesas en las que trabajaba. Siluetas pálidas bajo sábanas blancas de las que no brotan más que pies y etiquetas con el nombre.

«La señora dijo que lo esperaría», humor del policía.

«Elizabeth Perkins», cortó Mason.

Doc se acercó a la mesa de su izquierda y descubrió el cuerpo azulado de una mujer joven, atrapada en su más bello amanecer.

«Mujer, 21 años. Altura de 1,5 metros, peso aproximado...»

«Sáltate las presentaciones, Doc.»

«Los brazos tienen moretones evidentes».

«Dedos», dijo Mason en voz alta.

«La sujetaron por la fuerza», dijo Peterson.

«Perceptivo como siempre».

«La localización de los hematomas nos indica que el agresor estaba de cara a ella», continuó el forense.

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