Читать книгу El Vagabundo онлайн

27 страница из 74

«¿Continuamos?», preguntó Koontz, mejorando el agarre de la pistola.

«Un momento».

«No hay moros en la costa», insistió.

«La luz se ha apagado».

«No hay nadie allí».

«Es una redada, Koontz. Hay que comprobarlo todo. Es la base».

«Tal vez no han entrado todavía».

«Esa es la planta baja. No se abandona un piso hasta que se ha limpiado. Es un error que puede costar caro».

«Ese no es nuestro trabajo».

«Mi trabajo es llegar a casa esta noche, preferiblemente sin una bala en la espalda. Revisa mi izquierda, yo cubriré tu derecha. Espera mi señal».

En el mismo momento en que Mason se disponía a iniciar el barrido, un chillido bajo le llegó desde el interior. Miró a Koontz y se dio cuenta de que no lo había imaginado. Lo que era más sospechoso que un sonido siniestro, era el silencio que lo sigue.

«¿Eres capaz de forzar la cerradura?»

«Claro».

«Perfecto". Tú abres paso y yo entro».

Koontz voló la ventana con un golpe de hombro y Mason saltó, estaba despejado. Gracias al resplandor de la noche a sus espaldas, pudo distinguir el contorno de la cama, las sábanas enmarañadas, los muebles de segunda mano llenos de frascos de perfume y ampollas de ungüentos. Si la rata no había ido a esconderse bajo la cama, la habitación estaba a salvo. Antes de que pudiera hacer una señal a Koontz para que le siguiera, el pomo de la puerta del baño, entreabierto, le devolvió su reflejo. Seguro de que una ráfaga de viento no la había movido, Mason se acercó en silencio. No tuvo tiempo de preguntarse por qué aquella habitación había escapado al registro de los hombres de Handicott y Kenney, pues de ella salió un gemido. Koontz se asomó. Mason le advirtió que no hiciera ruido.

Правообладателям