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«¿Le has dado las gracias de mi parte?»

«¿En qué tipo de caso estás, jefe?»

«Eso es lo que estoy tratando de averiguar, April. Ten cuidado al volver a casa».

«¿Quieres que te espere? Puedo quedarme si lo necesitas».

«Vete, gracias. Me pasaré por la oficina esta noche. Creo que puedo arreglármelas solo con el café».

«Haré un poco antes de irme».

Sin parar

El tren de Elizabeth era el de las 19:37 a Manhattan, de Pelham Parkway a la calle Bleecker. Martha había sido muy minuciosa. Todas las noches, excepto los jueves, cuando la oficina cerraba a primera hora de la tarde, ella y Elizabeth caminaban juntas un poco, un par de manzanas, y luego Martha tomaba la avenida Allerton, que flanqueaba el Bronx Park, mientras Elizabeth seguía hasta el metro.

Mason pensó que la estación estaría abarrotada, pero en cambio sólo había unas treinta personas en el andén, la mayoría amas de casa de mediana edad y trabajadores con sus monos manchados, unos cuantos caballeros encapuchados hasta la barbilla, con sus relojes de pulsera bajo la nariz, consultando la hora, y niños que parecían emperadores del mundo.

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