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Eran los de Isabel, los que la coronaban cada día.

¿Con quién había intercambiado unas palabras? ¿Con quién había compartido una sonrisa? ¿Quién le había cedido su asiento? ¿Quién había quedado fascinado por su belleza, quién se había embelesado con su amabilidad?

Era imposible que una chica así pasara desapercibida, él mismo no había podido escapar a sus encantos.

Tras la llegada del tren, Mason dejó desfilar a todos los pasajeros antes de subir él: las costumbres debían manifestarse sin que su presencia las alterara.

Permaneció fuera de la vista durante todo el trayecto, agarrado a las asas. El balanceo del viaje le habría dejado sin duda fuera de combate si se hubiera inclinado. Ninguno de los pasajeros despertó sus sospechas: con pocas excepciones, nadie le prestó atención. Un tren lleno de espíritus invisibles entre sí. El día había extinguido la sociabilidad. Sólo los jóvenes tenían aún energía para la algarabía. Tal vez fuese la edad, tal vez fuese la vida. Hubo un par de disputas por asientos no utilizados y un empujón de más, pero lo único que se consiguió fue frustración. La gente no se entendía y no tenía intención de hacerlo. Los individuos que se encontraban a pocos palmos de distancia estaban a kilómetros de distancia. Nacer y morir solo era parte de la existencia. Vivir solo era una elección.

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