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El canto de los pájaros y el ruido de las hojas moverse con el aire despertaron poco a poco a Norah. Miró hacia arriba y contempló como los rayos de luz se filtraban entre las ramas de los árboles dándoles un aspecto imponente a la par que bello. Se sentó en las mantas con las piernas cruzadas y de forma perezosa bostezó, se estiró y se frotó los ojos. Cuando hubo terminado, se soltó el pelo y ágilmente se lo volvió a atar haciéndose un moño con el lazo. Se levantó y vio que las mantas de Will ya no estaban tiradas en el suelo. Cogió las suyas, las dobló y cuando las fue a guardar en las bolsas, éstas tampoco estaban. Extrañada, las dejó en el suelo y recorrió con la mirada el claro. No había rastro de Will ni de Altai. ¡Altai! Su caballo había desaparecido. Asustada, empezó a gritar mientras se introducía en el bosque:

— Will, Altai, ¿dónde estáis? Altai, ven.

Silbó y se quedó en silencio a ver si escuchaba al caballo. Nada. Siguió gritando un par de minutos, pero no obtuvo respuesta ninguna. Se sentó en un tronco y por última vez gritó el nombre de su caballo. Otra vez, solo el sonido de los árboles y el viento. Respiró hondo unas cuantas veces intentando relajarse pero no funcionó.

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