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— Vamos, necesitas descansar.– Y la condujo hasta el interior del bosque tras echar con el pie tierra a la pequeña fogata y apagarla.

Tras caminar cerca de cinco minutos que a Norah le parecieron cuarenta, llegaron a un claro. En él, había otra hoguera encendida, más pequeña que la otra. Unos troncos caídos, con multitud de ramas, de un ancho casi excesivo rodeaban en claro. En la esquina más lejana, unas alforjas estaban tiradas y dejaban ver su contenido. Ropa y mantas además de algo de comida. A su lado estaban tirados un arco y su carcaj lleno de flechas, además de una espada dentro de su vaina y un escudo.

— Puedes atar a tu caballo ahí.– Dijo el joven señalando un árbol. – Voy a por las mantas que quedaron allí.

Norah asintió y se dirigió a Altai. No se había acordado de él hasta ese momento. El caballo estaba al lado del árbol tranquilo mirando cómo se acercaba. Norah ató las riendas a una rama que sobresalía del tronco y le acarició el morro. El caballo respondió apoyando su cabeza sobre el hombro de su dueña, que lo abrazó lo más fuerte que pudo. Al girarse, Norah vio al chico sentado en el suelo y apoyado en uno de los troncos tallando una figura de madera con un cuchillo. Vio que había dejado las mantas estiradas al lado de la pequeña fogata. Se sentó al lado del chico, pero manteniendo una distancia prudente.

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