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Norah miró a su alrededor y tras asegurarse de que no había nadie se derrumbó. Las lágrimas empezaron a caer sobre sus mejillas como una cascada. Una presión en el pecho se apoderó de ella y el aire le comenzó a faltar. Lloró durante horas viendo como su casa era consumida por las llamas, y con ella todos sus recuerdos. Su madre... La hubiese querido enterrar y darle una muerte digna, pero no había podido hacerlo y eso le reconcomería la conciencia siempre.

Sin darse cuenta estaba anocheciendo y ella seguía allí, al borde del bosque. Altai se estaba entreteniendo comiendo unas moras de unas zarzas. Las llamas de la casa habían cesado y lo único que se mantenía en pie era la estructura de piedra de la cuadra, por lo demás, todo estaba calcinado y salía humo negro de todo ello. Brasas, era todo lo que quedaba de una vida pasada.

Las tripas le rugieron, pero Norah no tenía hambre. Un nudo en el estómago evitaba cualquier ingesta de comida. Se acercó a Altai y cogiéndole de las riendas, apoyó su cabeza en el cuello del caballo y le dijo:

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