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— Cada día lo hago mejor, ¿no crees Altai?– Dijo mirando para el caballo. Éste meneó la cabeza y sopló con fuerza.

Norah sonrió y luego le echó en la cuadra una buena cantidad de paja.

— Come bien pequeño, y tú también Ytana. – Y le echó en su cuadra también.

Cuando acabó de darles de comer les rellenó a todos sus respectivos bebederos. Finalizada su labor, notó como sus tripas se quejaban y pedían de comer. Recordó el olor de los bollos y su emboscada de hacía unos minutos y no dudó en decirse a sí misma: “A desayunar”.

Esta vez, y tras el salto fallido, usó las escaleras para llegar a la puerta. Mientras subía las escaleras miraba la viga de reojo y pensaba en cómo hacer sus ejercicios de equilibrio la mañana siguiente. Al llegar arriba, abrió la puerta igual de despacio que la de la cocina. Escuchó como la puerta empezó a chirriar así que paró en seco de empujarla. “Esta vez, la cogeré desprevenida”, pensó. Sacó la cabeza por detrás de la puerta poco a poco para ver dónde estaba su madre y, cuando vio la escena que se le presentaba, se le hizo un nudo en la garganta.

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