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Entró despacio en la casa y vio a su madre dormida en el banco de la cocina. La despertó con suavidad.

— Norah has llegado.– Le dijo acariciándole la cara.

— Vamos mamá. – la ayudó a incorporarse y a subir las escaleras.

Al llegar a la planta de arriba la soltó. Su madre iba somnolienta pero antes de entrar en su habitación dijo:

— ¿Sabes? Hoy los ojos te brillan igual que los de tu padre. – Y entró en la habitación.

Norah no contestó. Se limitó a mirar como su madre desaparecía en su habitación y cuando cerró la puerta, ella entró en la suya. Arrimó las contraventanas y se tiró encima de la cama. Pensando en todo lo que había pasado desde la noche anterior se quedó dormida.

Dos

Esa mirada otra vez. Esos ojos azules. Norah... volvió a escuchar en su cabeza y se despertó de golpe. Miró a su alrededor. Estaba sola. La luz entraba levemente por las rendijas de la madera. Ya era de día.

Un olor a dulces recién horneados invadió la habitación. Las tripas le rugieron. Recordó que no había comido casi nada el día anterior. Norah inspiró aquel aroma hasta que no le cupo más aire en los pulmones. Luego, lo echó fuera lentamente. “Creo que hoy será un buen día”, pensó. Necesitaba creérselo. Hablaría con su madre, lo necesitaba. Abrió la ventana y luego se aseó y se vistió rápidamente.

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