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— Vendré pronto. No te preocupes. – Y se adentró por un camino de rocas.

Altai resopló con gesto de aprobación mientras veía que su dueña se alejaba. Una brecha entre dos montañas que formaba un camino rocoso muy estrecho por el que cabían dos personas una al lado de la otra si no eran muy anchas. Era en lugar oscuro, bastante tétrico. Un sitio bastante extraño en el que enterrar a un simple campesino. La humedad era tal que caían pequeños hilos de agua por las paredes de roca, por lo que Norah tenía que tener cuidado de donde ponía los pies para no caer. Debía haber caminado cincuenta metros cuando el sendero terminaba y una pared sin fin subía hacia las montañas. A su izquierda un agujero en la pared con una inscripción en la parte superior le indicaba que había llegado a su destino. “Se valiente, se fuerte, se diferente” ponía. Su padre siempre le había repetido esa frase desde que era pequeña. Norah tragó saliva y se adentró en la gruta.

El camino estaba completamente a oscuras a excepción de una pequeña luz que se vislumbraba al fondo del túnel. Apretó el paso y rápidamente llegó a una sala redonda alumbrada por dos antorchas. Una de ellas estaba casi extinta. Se fijó que había otras dos, pero estaban apagadas. La sala era toda de piedra y en el centro se levantaban tres peldaños con forma de rombo. Dejó la bolsa en el suelo pero antes cogió la carta. Subió los peldaños y vio que en centro del rombo había un círculo de piedra blanca. Como si fuera atraída hacia él, se acercó y se sentó con las piernas cruzadas y abrió la carta. Cerró los ojos y de repente una luz blanca salió de la roca creando un tubo de luz que terminaba en el techo. Norah abrió los ojos y éstos también brillaban con la misma luz. Se había sumido en un trance.

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